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Foto del escritorLa Rata

Sin curiosidad, el periodismo muere; una charla con Adriana Ochoa


32 años abriendo camino para las futuras generaciones de mujeres periodistas.

Por: Nallely González


Llegué puntual a nuestra cita, a las cinco de la tarde a la Casona de Galeana; segundo piso, segunda oficina a la izquierda, subiendo la escalera, todavía no había nadie de la redacción; solo el silencio y, en las oficinas contiguas, un par de personas. Adriana me abrió la puerta, me invitó a pasar y a sentarme.


A la derecha había una mesa llena de papeles apilados, libros y correspondencia atrasada; detrás de la puerta, un escritorio cuyo color era irreconocible, tapizado de periódicos: El Reforma, El Heraldo, Pulso. Al fondo estaba su escritorio, más cubierto de libros y periódicos que de manera visible; detrás de él, su computadora; se sentó, sonrió y me dijo: "¿Qué pasó?"


Estaba acostumbrada a su voz, su risa característica y, sobre todo, su conversación: curiosa y llena de historias sorprendentes, de esas que nunca antes te habías detenido a considerar, hasta que ella, con algún dato interesante, las hacía relevantes.


Hacía una semana habíamos hablado sobre charlar acerca del periodismo y del camino recorrido, así que acordamos vernos ese día; ella sonrió y me preguntó con su peculiar desparpajo: “¿Qué quieres que te cuente?"


Empezamos. Me relató que llegó al periodismo por casualidad; necesitaba un trabajo para apoyar a su hermana con los gastos de la carrera, y un amigo le consiguió trabajo en El Heraldo como armadora de planas; recuerda que era feliz acomodando fotos y recortando titulares en una especie de cama de luz, hasta que un día su jefe le reclamó por tardarse tanto. El motivo: ella corregía las notas.


Su entonces jefe la puso a escribir una nota, Adriana cuenta que la redactó en papel revolución, en una máquina de escribir; al terminar, le dijo: "Necesito una reportera", y así comenzó su camino en el periodismo, sin buscarlo ni quererlo, porque lo que ella deseaba era ser publicista.


Una de sus acostumbradas risas pausó la anécdota. Luego, se reincorpora y continúa: "Hablamos de 1988"


“Con el tiempo, me fui dando cuenta de que era divertido, y me gustó. Yo no puedo decir que quise ser periodista; primero fui periodista, y luego me di cuenta de que me gustaba”.

Adriana formó parte de la segunda generación de comunicólogos en la Facultad de Ciencias de la Comunicación, de la que ahora es directora; era 1992 y, después de pasar por la radio y una revista política, llegó a Pulso como reportera; esa sería su casa editorial durante 32 años.


Fue Martha Ortiz, jefa del departamento de Asuntos Especiales de Pulso, quien la invitó a ser parte de su equipo de periodistas. Así, Adriana se convirtió en una de las pioneras del periodismo de investigación en San Luis Potosí.


“En Asuntos Especiales nos dedicábamos únicamente a trabajos de largo alcance. El periódico tenía una agenda diaria, y esa era la que seguían los reporteros de fuentes. Pero nosotros hacíamos investigaciones de largo aliento”.

Para el año 2000, Martha Ortiz partió a la Ciudad de México, y Adriana quedó a cargo del área; con algo de nostalgia, cuenta que después, en una reestructuración, el área desapareció y ella asumió el cargo de Coordinadora Editorial.


Recuerda a Martha como una jefa exigente y trabajadora, de quien aprendió que el talento no es suficiente si no hay esfuerzo que lo respalde.


Asuntos Especiales le trajo grandes satisfacciones y muchos momentos de diversión; le pido que elija uno de esos reportajes que recuerde con especial detalle, y no duda en contarme uno de los que más disfrutó hacer: la investigación sobre los invernaderos del gobernador Fernando Silva Nieto, que involucraba la contratación de un empresario español para desarrollar invernaderos en el altiplano potosino. 


La historia, que comenzó con un correo anónimo, se transformó en una de las investigaciones más importantes que Adriana llevó a cabo; al final, destapó un fraude millonario que involucraba a funcionarios y empresarios potosinos.


Después de tres décadas de experiencia y de contacto con jóvenes estudiantes, le pregunto cómo ve el futuro del periodismo en San Luis Potosí; su respuesta es contundente: "Incierto”.


Habla sobre la precarización y la falta de interés en capacitar a los periodistas en nuevos formatos y narrativas.


“Si el escenario de la profesión cambia, nosotros debemos cambiar también”, reflexiona.

“¿Y el periodismo?”, le pregunto, señalando el horizonte de incertidumbre que describe. Toma un periódico en sus manos y afirma:


“No va a desaparecer. Tal vez haya menos periodistas, pero siempre habrá quienes, con nuevas herramientas, mantengan viva la profesión. Porque donde no hay periodismo, la libertad se resiente. Y aunque los medios sean negocios, son también una libertad. La gente decide qué leer; nadie obliga a nadie a comprar un periódico”.

A continuación, añade con seriedad:


“Creo que no todos los periodistas buscan hacer política o cubrir temas de corrupción. También hay un montón de periodismos especializados que son súper respetables”.

Mi curiosidad me lleva a preguntar: "¿Y qué lee Adriana?", mientras mi mirada se pierde entre los periódicos apilados, los libros y las hojas sueltas repartidas en los tres escritorios de la oficina.


“A mí me gusta El País, me gusta El Reforma, El Mundo. Me gustan las revistas que tienen muchos artículos de deportes, de turismo. Me gusta El País particularmente, y te sorprendería saber que los contenidos que más me gustan son de cocina, sociedad, arte y las entrevistas con personajes de todo tipo”.

Casi a punto de dar las siete, le pido un mensaje para las mujeres periodistas, las que empiezan y las que estamos.


“Son varios”, dice. Primero: “Curiosidad, siempre. Cuando dejen de ser curiosas, empiecen a pensar en contratar un nicho en el panteón de su preferencia. Porque ya están muertas”.

Para las mujeres, más que un consejo, le gustaría que hubiera equidad.


“No la hay, dice, el mundo del periodismo todavía es bastante machista”.

A las mujeres se les exige renunciar a mucho, mientras que a un hombre promedio no se le pide nada. Así que solo nos queda seguir, asegura.


“Hay que buscar espacios y exigir los que les quedaron a deber a las generaciones de muchas mujeres en el pasado”.

Me detengo, considerando lo que acaba de decir. “¿Te ha sido difícil competir con hombres en este medio?” Ríe fuerte, un sonido que traspasa las paredes de la oficina. Observa hacia la puerta y suspira tranquilamente.


“Es curioso competir con hombres. Profesionalmente, lo he hecho muchas veces. Y he tratado de que sea mi juego, no el de los demás. Que sea un deseo mío. Pero sí, sobre todo, mantener la convicción”.

“Gracias por tu tiempo y tus palabras, Adriana”, le digo mientras guardo la grabadora, la mochila y el cuaderno. Ella sigue sonriendo; le pido una última cosa: una foto. Accede gustosa y tomo dos: una sonriendo y otra, un poco más seria. Me despido y ella entonces y se queda allí en su oficina, escribiendo La Cábala para la edición del día siguiente.


Cuatro meses han pasado desde nuestra charla, como si el relato estuviera esperando el momento preciso para cobrar vida. Hoy, la oficina en la Casona de Galeana ya no es suya. Se ha llevado consigo los libros, los periódicos y las historias de 32 años.


Gracias, Adriana Ochoa, por ser pionera y por mostrarnos el camino a las mujeres que queremos seguir tus pasos. Gracias por tanto periodismo.


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