Por: Jazmin Ramírez García
En la actualidad, la violencia se ha convertido en un fenómeno cotidiano que parece haberse integrado de manera alarmante en nuestra vida diaria. Desde los titulares de los periódicos hasta las conversaciones informales, la violencia se presenta como un elemento más de nuestra realidad, una situación que, en lugar de indignarnos, comienza a ser aceptada como parte de la normalidad.
La exposición constante a actos violentos en los medios de comunicación ha desensibilizado a gran parte de la población. Escuchamos sobre asesinatos, agresiones y actos de abuso con tal frecuencia que el impacto emocional se diluye. La repetición de estas historias, que a menudo son acompañadas de cifras escalofriantes, provoca que muchos los perciban como meras estadísticas, restándole la humanidad y el contexto que merecen.
Además, la violencia ha encontrado su camino en la cultura popular. Películas, series y videojuegos glorifican la agresión, presentándola como una solución a los conflictos. Esta representación distorsionada no solo alimenta la aceptación de la violencia, sino que también influye en la percepción de las nuevas generaciones, que crecen con la idea de que la violencia es un medio legítimo para resolver problemas.
Sin embargo, normalizar la violencia no solo se limita a la aceptación de hechos violentos. También se manifiesta en la tolerancia hacia comportamientos agresivos en nuestra vida cotidiana.
Desde el acoso en las redes sociales hasta la violencia de género, muchas veces se minimizan estas situaciones, considerándolas "parte del juego" o "cosas que pasan". Esta actitud crea un entorno donde las víctimas sienten que no tienen voz y donde los agresores no enfrentan consecuencias.
El riesgo de normalizar la violencia es profundo. A medida que la sociedad se vuelve más indiferente ante estas situaciones, se pierde la capacidad de empatía.
La falta de reacción ante actos de violencia contribuye a un ciclo en el que cada vez se toleran más comportamientos agresivos, afectando la convivencia social y el bienestar de todos y todas.
Es fundamental cuestionar esta normalización. Debemos reconocer que la violencia no es algo con lo que debamos vivir y que es nuestra responsabilidad colectiva tomar una postura activa. Es esencial fomentar la educación sobre la resolución pacífica de conflictos, así como promover el respeto y la empatía en todas nuestras interacciones.
La violencia no debe ser parte de nuestra normalidad. Requerimos un cambio cultural que priorice la paz y el entendimiento, que ponga fin a la aceptación pasiva de situaciones que deberían indignarnos. Solo así podremos construir un entorno más seguro y justo para todas y todos. Es momento de actuar y dejar de normalizar lo inaceptable.
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