Por: Xochiquetzal Rangel.
El cielo se tornaba negro, el soleado día se había despedido con la primicia de que una catástrofe nos aguardaba. Detrás de mi casa una oleada de aire con fondo fúnebre se escuchaba mientras los cables de luz se tambaleaban de lado a lado. En la radio se percibía el tono de desesperación del locutor que alertaba a la población para que se resguardará de las fuertes lluvias que se aproximaban, así como tomar las debidas prevenciones para evitar más caos que el que dejaría “Isidoro”.
Isidoro entró a las costas de Mérida el 22 de septiembre de 2002, era considerado un huracán de categoría 3, 7 veces menos potente que Gilberto que azotó la península en 1998. Según la información del Sistema Meteorológico Nacional el huracán solo se mantuvo por 35 horas causando destrozos en los estados de Yucatán y Campeche, 35 horas de los cuales, el SMN considera que 14 horas fue catalogado como huracán, mientras que las 21 horas restantes como tormenta tropical. Alcanzó vientos de 205 kilómetros por hora.
De acuerdo con lo previsto por el gobierno de Mérida Yucatán, previo al huracán denominado Isidoro, desde el puerto de Progreso que se encuentra a 20 minutos de la capital, llamó a la población vulnerable a salir de sus casas y resguardarse en refugios, CC “A partir del mes de agosto, con el inicio de la temporada de Huracanes se transmitieron 9 mil 068 impactos de radio con información que orientó a la población sobre las acciones a tomar en caso de un ciclón”.
Un día antes de que entrara a Mérida, ciudad en la que vivía con mi familia, mi mamá ponía cruces de cinta canela en las ventanas, con el temor de que el ventanal principal de la casa que medía poco más de 6 metros de alto, no se rompiera, dejándonos inundados; se abasteció de despensa, lleno botes con agua y recuerdo que dijo: “ya se viene el aguacero, dormiremos en la sala”.
El día que Isidoro anunciaba su llegada mi papá fue llamado a atender a posibles damnificados con el plan D-NIII de las fuerzas armadas Mexicanas, - que obliga a los Militares a atender a heridos o personas en estado de riesgo durante los desastres naturales- sólo nos ayudó a acomodar los sillones de la sala entre el pasillo de la entrada principal, se despidió con un beso de todos y se fue.
“Tu papá se fue por su trabajo a atender a los damnificados, pero nosotros estábamos más damnificados que ellos”, recuerda mi madre 17 años después.
Mi papá estuvo afuera de la casa más tiempo de las 35 horas que duró la furia de Isidoro, ya que "durante el periodo de emergencia se proporcionaron más de 4 mil consultas médicas en los albergues y se estableció de inmediato el Comité Operativo de Vigilancia Sanitaria con autoridades del sector salud de los distintos órdenes de gobierno. Este Comité Operativo permitió coordinar las acciones orientadas a establecer un cerco a epidemias y brotes de enfermedades en los municipios afectados.”
Durante esas 35 horas que el huracán se quedó en la península de Yucatan, mis perros estuvieron encerrados en el baño, pues temíamos que el viento se los llevara. Aunque en realidad a los que casi se lleva el viento fue a nosotros, mientras pasaba el huracán por encima de Mérida y mi casa, la puerta principal que era la “zona de seguridad” (ya que por todos lado había ventanas grandes y puertas por el calor de la ciudad), se nos abrió de par en par cuando la lluvia y el viento soplaba más fuerte, así que mi hermano, que tenía doce años, salió para cerrarla y en mi mente casi se lo lleva el viento. Aunque suena a una gran aventura en realidad sólo lo jaló un poco y mamá salió a ayudarlo.
Durante el día y medio que duró el desastre natural, el grande y frondoso árbol de zapote, que teníamos en el patio, sonaba de forma espeluznante, por las noches se escuchaban como ecos fantasmales que me hacían pensar que se caería y partiría la casa en dos, aunque afortunadamente no fue así.
El sillón provisional se convirtió en mi cama de princesas, pues de forma egoísta me adueñé de este y como mamá y Tona, mi hermano (el “hombre de la casa” por la ausencia temporal de mi papá”) estaban preocupados por racionar la comida, me dejaron acomodarme a mis anchas, mientras mi hermana de un año de edad ocupaba el sillón pequeño.
Pasó la tormenta.
Como ya lo había mencionado a falta de mi papá que cubría labores de rescate, por los estragos que dejó Isidoro como los cerca de 500 mil damnificados postes de luz caídos, perdidas en infraestructura, techos y tinacos que volaron; mi mamá e Isabel, nuestra entonces vecina, decidieron juntarse a hacer tamales para que ambas familias pudieran sobrevivir a las semanas próximas, debido a que el servicio de luz y de agua potable se restableció dos semanas después del desastre.
He de reconocer que pese a las condiciones en las que hicieron los tamales estilo sinaloa, es decir, solo siendo alumbradas con luz de velas, lograron darnos de comer durante los días posteriores.
Las calles lucían solitarias como si se tratara de un pueblo fantasma, había ramas por doquier, cables y postes de luz tirados, ventanas rotas y en la plaza comercial “La gran plaza” no había gente, en el super los estantes estaban completamente vacíos, lo único que alcanzamos mi hermano y yo de ese día de compras fue la última sopa instantanea que había en toda la tienda.
Pese a que en nada se comparó con el huracán de 1998 llamado Gilberto o “el huracán asesino”, la verdad es que recuerdo haberlo vivido como un desastre natural fuerte, los tinacos de los vecinos se acomodaron en nuestro patio, se escuchaba que paredes se habían caído y en mi escuela el Colegio Peninsular Rolares Halls se había caído un árbol cerca de mi salón, lo cual nos ausentó de clases por poco más de un mes.
Lo que dejo :
Según el informe del gobierno de Yucatán, bajo el nombre “Anexo huracán Isidoro”, la economía del estado se afecto de manera importante en sectores productivos como el industrial, comercial, eléctrico, ganadero y agropecuario con cerca de 5 mil millones de pesos.
“Los héroes de esta gesta son los miles de ciudadanos que se solidarizaron con los yucatecos en esos momentos difíciles, desde los niños que donaron su ropa y juguetes, las madres de familia que apoyaron con víveres, los jóvenes que armaron despensas en largas jornadas, los militares, policías, empleados de la Comisión Federal de Electricidad, todos y cada uno de ellos pusieron a Yucatán en pie” se puede leer en el informe, y es cierto, ante la tragedia la luz se alcanzó a ver con la solidaridad y los apoyos que llegaron.
En México, según estimaciones del Sistema Meteorológico Nacional, la temporada de ciclones comenzó desde mayo termina hasta noviembre, y en promedio dentro de sus pronósticos para el 2019 estimó 19 ciclones para el océano pacífico, de los cuales 8 serían tormentas tropicales, 5 huracanes de baja intensidad y 6 de alta intensidad, es decir de categoría 3, 4 o 5. Mientras que para el Atlántico contempló la presencia de 14 ciclones: 6 que podrían ser tormentas tropicales, 5 huracanes de baja intensidad y solo 3 que podrían ser de alta intensidad.
Aunque nos gusta contar esta historia porque de alguna forma fuimos sobrevivientes, si me tocara otro huracán no sabría qué hacer porque para mí este recuerdo es como un sueño con múltiples emociones, más bien tendría miedo, como cuando me di cuenta que mi papá no estuvo, mi mamá gritaba y rezaba al mismo tiempo para que le ventanal no nos cayera encima o cuando por dentro deseaba que el árbol detrás de la casa no partiera en dos nuestro hogar, porque aunque no era consiente del alcance de Isidoro, me atormentaba escuchar cómo crujían las ramas y que al rozarse con el viento reproducían un sonido fantasmal. Si me preguntarán si me gustaría vivir otro huracán la respuesta en definitiva sería no.
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