Por: Jazmín Ramírez García
El Día de la Rosca de Reyes no es solo una tradición culinaria; es un instante mágico que nos reconecta con nuestra infancia y nos invita a soñar, incluso siendo personas adultos.
Cada 6 de enero, las mesas de los hogares mexicanos se llenan de aromas dulces y charlas llenas de expectativa.
La tradición dicta que hay que partir la rosca, descubrir quién encontrará el famoso "niñito" y compartir risas con amigos y familia.
Pero más allá del pan y la diversión, esta fecha tiene algo especial: nos recuerda que la magia no está reservada solo para las y los niños.
De pequeños, nos emocionaba creer que los Reyes Magos llegaban en sus camello, elefante y caballo para dejarnos regalos bajo el árbol.
Ahora, de adultos, esa misma emoción se transforma en algo diferente, pero igual de poderoso.
Partir la rosca y fingir sorpresa al encontrar "el monito" es nuestra manera de aferrarnos a un mundo donde aún caben los milagros cotidianos.
Vivimos en tiempos donde el pragmatismo domina, donde la vida adulta nos exige eficiencia, lógica y resultados.
Sin embargo, el Día de la Rosca nos devuelve algo que creíamos perdido: la ilusión.
Por un momento, no importa nuestra edad o las responsabilidades que cargamos; nos permitimos volver a creer, aunque sea en una tradición sencilla como esta.
Al cortar la rosca, hay algo más que pan y azúcar: hay esperanza.
La esperanza de que la magia no necesita una edad para ser real, de que el acto de reunirnos en torno a una mesa sigue siendo un hechizo poderoso contra la soledad y la rutina.
Los Reyes Magos tal vez no traigan juguetes ahora, pero nos dejan algo igual de valioso, el recordatorio de que creer es una decisión.
Y mientras sigamos buscando monitos en la rosca o sintiendo emoción al ver las caras de los niños, el espíritu de la magia seguirá vivo en nosotros. Que nunca dejemos de creer, porque incluso en la adultez, la magia es el mejor regalo de los Reyes.
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