Por: Carlos Adrián Caballero
El pasado mayo, la Ciudad de México fue testigo de la caída de un tramo del metro elevado, incidente en el cual desafortunadamente hubo pérdidas humanas. Esta tragedia se ha convertido en el síntoma más fuerte de la negligencia y el descuido que sufre el Sistema de Transporte Colectivo Metro.
Ya se tenía conocimiento de la corrupción y los errores de construcción de la línea 12 del Metro, la única que ha sido construida íntegramente por el Gobierno de la ciudad, y que en su momento fue publicitada como “la línea dorada, la línea del Bicentenario”, y que era la magna obra de la gestión de Marcelo Ebrard.
Poco tiempo pasó antes de que los defectos en las vías salieran a relucir, forzando a un gasto extraordinario y no previsto para la administración del sucesor, Miguel Ángel Macera; y ya durante el gobierno de Claudia Sheinbaum ocurrió el desafortunado incidente ya mencionado.
La línea 12 se ha convertido en un símbolo de la corrupción y la negligencia del Gobierno de la Ciudad de México. Empero, no es un caso aislado, el sistema del Metro por completo muestra un descuido enorme, ya que, en otro tiempo, a pesar de los defectos, en general, siempre se le daba una atención adecuada al que es el medio de transporte más importante de la ciudad.
Hasta 1997 la Ciudad de México dependía directamente del Gobierno Federal, y por ende las cuestiones de transporte también eran resueltas en este nivel de Gobierno. Desde aquel año, cuando el Gobierno de la ciudad asumió el control, el sistema ha tenido un escaso crecimiento; apenas la construcción de dos líneas en 24 años, contrastando con las 10 que se construyeron entre 1967 y 1997.
Si bien, es cierto que el hecho de contar con presupuesto federal permite una mayor expansión, el Gobierno de la ciudad tampoco ha mostrado gran interés por hacer crecer el sistema, proponiendo ampliaciones que nunca se realizan o reemplazando transcursos contemplados para líneas de Metro, por líneas de Metrobús, que en algunos casos (principalmente el de la avenida Insurgentes), son insuficientes para satisfacer la demanda, y van muy saturados.
Aunado a esto, hay que agregar la nula contribución económica por parte del Gobierno del Estado de México al sistema del Metro, a pesar de que en su territorio se encuentran 11 estaciones de 3 líneas distintas, y que al igual que con la Ciudad de México, los titulares del Ejecutivo prometen ampliaciones e inversiones que nunca se ha realizan.
Considerando que la cantidad de mexiquenses que usan este transporte es enorme y que el Estado de México es la entidad federativa más poblada y la segunda en producto interno bruto, es risible y hasta un insulto que el gobierno mexiquense no contribuya al crecimiento y mantenimiento del sistema. Sus únicas aportaciones han sido la remodelación de ciertos paraderos como el de Ciudad Azteca, que si bien, han sido contribuciones importantes y que eran muy necesarias, no ayudan per se al sistema del Metro.
Cuando se planeaba y se construía el Metro en los años 60, hasta los detalles eran pensados cautelosamente. Por ejemplo: la estética contemplada en los diseños de las estaciones y el mismo hecho de darle a un color característico a los trenes en lugar dejarlos en su color metálico como ocurre en muchas ciudades; los nombres de las estaciones que hacían referencia a algo que la gente pudiera identificar sencillamente, y los íconos que cumplían la misma función, pero además eran pensados para la población analfabeta, que era mayor en esos tiempos. Detalles que incluso en sistemas similares en países desarrollados, no son tomados en cuenta a la hora de construir una línea.
Ahora esta atención a los detalles se ha olvidado. Hay estaciones con nombres repetidos (Lagunilla y Garibaldi/Lagunilla), otras con dobles nombres creados solo para ensalzar a los institutos (Etiopía/Plaza de la Transparencia y Viveros/Derechos Humanos) o con cambios de nombre carentes de sentido (Azcapotzalco que pasa a llamarse UAM Azcapotzalco). Además de innecesario, es poco práctico e incluso puede confundir a los usuarios menos recurrentes. Cabe mencionar que el cuidado por este aspecto quedó también evidentemente olvidado en la línea 12.
Y uno podría pasar de largo con estos detalles, siempre y cuando lo esencial del sistema este bien, pero el incidente de mayo demuestra que ni la estructura misma del sistema, ni la vida de las personas, tienen importancia para las autoridades.
Es menester, que la administración tanto de la Ciudad de México, como del Estado de México, empiecen a tomar con la misma seriedad que se tenía otrora al Metro. Máxime en estos momentos donde tienen una campaña por promover el uso de medios de transporte distintos al automóvil. Las ocurrencias en la creación de iconos y nomenclatura de las estaciones tienen que parar, y claro y sobre todo lo más importante, pensar en la integridad del usuario y del sistema en sí mismo. La negligencia de los gobiernos locales ha llegado a un punto extremo ¿Haremos algo al respecto o esperaremos a otra tragedia como la de mayo?
@CarlosRodizcab.
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